martes, 30 de septiembre de 2008

Fronteras de la democracia

Jorge Gómez Barata


Con la lucidez que suelen tener los moribundos, George Bush se asoma al ocaso de su carrera política con un inusual espíritu autocritico y con ciertos destellos de sabiduría, uno de ellos fue denominar el sistema que condujo al éxito económico a los Estados Unidos como “Capitalismo Democrático”, lo cual es una definición exacta.

Tal como fue comprendida a partir del siglo XVIII, la democracia significó el desplazamiento de la nobleza holgazana, derrochadora, parasitaria, inepta y elitista y el acceso al poder político de la burguesía, una clase trabajadora bajo cuya égida se imbricaron la ilustración y el racionalismo, las libertades políticas, los derechos ciudadanos y el liberalismo económico, dando lugar a un modo de producción y una forma de organización estatal y social totalmente nuevas y eficientes, capaces de asegurar el crecimiento de las fuerzas productivas y el desarrollo humano en Europa y los Estados Unidos. Casi nunca se recuerda que quien bautizó como capitalismo a ese ordenamiento fue Carlos Marx.

Aquellos cambios comenzaron en los Estados Unidos donde tuvo lugar la primera revolución, a la vez anti colonialista, antifeudal y de liberación nacional, se fundó la primera república y se constituyó el primer Estado de Derecho en la que, por primera vez, los ciudadanos o sus representantes legítimos eligieron a los gobernantes y adoptaron leyes que les permitieron disponer libremente de sus personas, sus bienes y sus destinos como individuos y como Nación, incluso ejercer el control social del poder. El capitalismo no hizo eficaz a la democracia, sino al revés.

Tres años después de la norteamericana tuvo lugar la Revolución Francesa que, con las peculiaridades, ritmos y acentos propios de cada país, con cierta lentitud y la ayuda de fenómenos como las invasiones napoleónicas que aceleraron ciertos procesos, introdujo la democracia y el liberalismo en Europa y, aunque transcurrieron casi cien años, en 1868, con la Revolución Meiji, llegó al Japón.

Por un extraño fenómeno para el cual no existe otra explicación que el egoísmo y la codicia, las burguesías de Estados Unidos y Europa explotaron la precedencia histórica de que disfrutaron, agotaron rápidamente su impulso revolucionario, se recogieron sobre si mismas y convirtieron las fronteras de sus países en las fronteras de la democracia. Del otro lado, donde la libertad política, el libre comercio y la iniciativa económica propios del capitalismo democrático no eran ni siquiera invocados, quedó toda Iberoamerica y Africa, China, el Indostán y el Levante, nada menos que las tres cuartas partes del planeta.

Paradójicamente, en virtud del funcionamiento del propio sistema instaurado por la burguesía, democrático hacía dentro de sus fronteras e imperialista y depredador hacía el exterior, se consagraron y eternizaron el colonialismo y el imperialismo que jamás, en ningún sentido ni en ninguna expresión, han sido democráticos ni liberales.

Colonizados y explotados, en las áreas calidas de la tierra a los pueblos oscuros y amarillos, se impusieron la ocupación y la dominación extranjera, base de la más brutal y dilatada operación de saqueo para cuya justificación, los mismos imperios que reclamaban la libertad y la igualdad para sus ciudadanos, invocaron el racismo y la xenofobia, practicaron la trata de esclavos bendecida por los burgueses liberales y demócratas de Europa y los Estados Unidos, seis de cuyos presidentes fueron propietarios de dotaciones de esclavos.

Bajo el control imperial ejercido por las democracias norteamericanas y europeas en iberoamerica, en Asia y Africa se establecieron regimenes semicoloniales en los cuales oligarquías nativas, atrasadas, autoritarias y caudillistas, lideradas por sátrapas de la peor calaña, operaban sistemas políticos antidemocráticos que asumían formas de dictaduras autocráticas y autoritarias y dinastías familiares.

Durante siglos, en nombre de una democracia que jamás auspició fuera de sus fronteras, Estados Unidos invadió y ocupó países, destituyó a unos gobernantes e impuso otros, aplico preceptos como las doctrinas Monroe y del Gran Garrote y como corolario bajo la batuta de Woodrow Wilson, uno de sus presidentes presumiblemente más avanzados, redactor del Tratado de Versalles y creador de la Sociedad de Naciones, concretó el reparto del mundo que otorgó a Europa el control del Medio Oriente.

Es cierto que en sus orígenes y al interior de sus fronteras, el capitalismo aprovechó las ventajas de la democracia y el liberalismo, como también lo es que el colonialismo y el imperialismo jamás quisieron ni practicaron la democracia.