jueves, 11 de diciembre de 2008

Mi nombre es crisis

Frei Betto


Antes no se hablaba tanto de mí como ahora. Y todo por causa de una crisis en el sistema financiero. También África está en crisis crónica -de democracia, de alimentos, de recursos-, pero ¿quién habla de ello?

Existe amenaza de crisis del petróleo; gobernantes y empresarios sienten pánico ante la posibilidad de no poder alimentar a los 800 millones de vehículos que ruedan sobre la faz de la Tierra.

El año pasado, debido al aumento del precio de los alimentos, el número de hambrientos crónicos subió de 840 millones a 950 millones, según la FAO; pero ¿quién se preocupa de alimentar a miserables?

Mi nombre deriva del griego krisis, discernir, escoger, distinguir, en fin tener ojos críticos. Tengo familiaridad también con el verbo acrisolar, purificar. Contra lo que supone el sentido común, no soy, en sí, negativa. Formo parte de la evolución de la naturaleza.

Hubo una crisis cósmica cuando una vieja estrella, paradójicamente llamada ‘supernova’, explotó hace 5 mil millones de años; sus fragmentos, lanzados por el espacio, dieron origen al sistema solar. El sol es un trozo de supernova dotado de calor propio. La Tierra y los demás planetas, fragmentos incandescentes que poco a poco se fueron enfriando. Dentro de unos 5 mil millones de años más el sol también verá dilatarse su grosor hasta llegar a deshacerse en los abismos siderales.

Todos nosotros, lectores, pasamos por la crisis de la pubertad. Nos dolió el vernos expulsados del reino de la fantasía, la infancia, para abrazar el de la realidad. Pero no todos hacen esa travesía sin riesgos. Hay adolescentes inmersos de tal modo en la fantasía que, ante los indicios de la edad adulta, que consiste en encarar la realidad, prefieren refugiarse en las drogas. Y hay adultos que, desprovistos del sentido del ridículo, viven en crisis de adolescencia…

Soy resultado de la contradicción inherente a los seres humanos: no hay quien no lleve en sí a su opuesto. ¡Cuántas veces, en el tráfico, el más amable ciudadano mete el carro por la zona de los peatones; y la gentil doncella toca desesperada el claxon; y el estudiante aplicado acelera más allá de lo conveniente! No es fácil conciliar el modo de pensar con el modo de actuar.

Estoy muy presente en las relaciones conyugales desprovistas de valores arraigados. Sobre todo cuando la desnudez de los cuerpos no traduce la de los espíritus y lo no dicho prevalece sobre lo dicho. Por suerte muchas parejas consiguen superarme a través del diálogo, de la terapia, del descubrimiento de que el amor es un ejercicio cotidiano de donación recíproca. El príncipe y el hada encantados habitan el ilusorio castillo de la imaginación.

Ahora asusto al casino global de la especulación financiera. Se creyó que el capitalismo era permanente, sobre todo en su versión neoliberal religiosamente apoyada en dogmas de fe: el libre mercado, la mano invisible, la capacidad de autorregulación, la privatización del patrimonio público, etc.

Diecinueve años después que hice estremecer al socialismo europeo, heme aquí generando inquietud en el mercado. La lógica del bienestar no casa con lo imprevisto, lo inusitado, el fracaso, esas cosas que se siguen de mi presencia. Los gobernantes se apresuran a tratar de calmar los ánimos como la tripulación del Titanic: mientras el agua inundaba la quilla ordenó a la orquesta que siguiera tocando…

Tengo dos caras. Una ocasiona a mis víctimas desesperación, miedo, inquietud. Alcanza a aquellas personas que no creían en mi existencia o me miraban como si yo fuese una bruja, figura mitológica del pasado que ya no representa ninguna amenaza.

Mi otra cara, la positiva, es la que el águila conoce a los 40 años: las plumas ya son viejas, las garras desgastadas, el pico romo. Entonces ella se aísla durante 150 días y se arranca las plumas y las garras y se rompe el pico. Espera pacientemente el cambio. Y luego vuela saludable rumbo a otros 30 años de vida.

Soy presencia frecuente en la experiencia de la fe. Muchos, al pasar de una fe infantil a la adulta, confunden el desmoronamiento de la primera con la inexistencia de la segunda; y se vuelven ateos, indiferentes o agnósticos. No dan el paso desde el Dios de “allá arriba” al Dios de “aquí dentro” del corazón. Asocian la fe a la culpa y no al amor.

Creo que esta conmoción en la especulación financiera traerá nuevos paradigmas a la humanidad: menos consumismo y más modestia en el estilo de vida; menos competitividad y más solidaridad entre personas y tareas; menos obsesión por el dinero y más por la calidad de vida.

Todas las veces que irrumpo en la historia o en la vida de las personas traigo un mensaje: es hora de comenzar de nuevo. Quien pueda entender, que entienda. (Traducción de J.L.Burguet)