lunes, 3 de noviembre de 2008

Obama, el enigma

José Vicente Rangel


Todo indica que Barack Obama ganará mañana las elecciones en los Estados Unidos. Contra esa posibilidad sólo conspira el llamado "efecto Bradley", consistente en que el racismo que subyace en la mentalidad del norteamericano aflore en la soledad del recinto de votación. Pero ese riesgo parece conjurado por el ímpetu de la candidatura demócrata, el apoyo de los nuevos votantes y la voluntad que expresó una mayoría de ciudadanos a lo largo de la campaña de impedir que los republicanos sigan gobernando.

Ocho años de Bush -y de su siniestro entorno- es más que suficiente. Incluso para un país tan desinformado y conservador como Estados Unidos.

Si las encuestas no mienten, el voto popular y los colegios electorales confirmarán el ingreso de Obama a la Casa Blanca. ¿Cómo asumir este hecho? ¿Como una prueba de madurez del pueblo norteamericano y como el instante cumbre en la expiación del racismo? ¿O acaso la vía que halló una nación desesperada para salir de la situación a donde la llevó un gobierno y una política caracterizados por la sordidez?

Para el caso el manejo de cualquier hipótesis es válido. Porque sin duda EEUU vive un momento excepcional que desafía manuales y análisis rutinarios. Se trata de una situación atípica en la que los norteamericanos apuestan ala insólita carta en el sistema que los rige de entregar a un hombre de raza negra la conducción de la nación. De alguien que no proviene de una maquinaria, que más bien desafió la de su partido. De un candidato con ideas. Algo que no suele ser común en el liderazgo norteamericano con opción presidencial. Sin experiencia y buen orador, lo cual lo hace sospechoso ante el rígido establecimiento político-económico que domina la nación.

Lo cierto es que, por las razones que sean, Estados Unidos tendrá en la presidencia a un negro inteligente, que piensa y razona, que supo dar vuelta a la manera de hacer campañas electorales. En esas condiciones reside, hasta ahora, su fuerza. Lo que le permitió abrirse paso a través de la intrincada jungla -plagada de turbios intereses- del Partido Demócrata; de derrotar a un candidato ideal del sistema como Hillary Clinton y restañar, rápidamente, las heridas; de conciliar en su discurso el cuestionamiento a valores consagrados en el altar norteamericano con concesiones a la presión que le hicieron, por ejemplo, en materia de defensa nacional y política exterior.

¿Qué nos deparará este personaje convertido en presidente de la primera potencia mundial, un tanto abollada e insegura, y, por consiguiente, más peligrosa? Desaparecen Bush y Chenney de la escena, cierto, pero no lo que ellos encarnan. Y ahora estarán a la caza de la revancha. El desafío de una economía destrozada, de un sistema financiero en el banquillo, de un déficit astronómico y el deterioro moral del liderazgo absoluto que ejercía EEUU en el mundo, obliga a quien tenga en las manos el timón a proceder con singular habilidad.

¿Realmente la tiene Obama? El fervor que despertó en la juventud y la esperanza que desató en los trabajadores y capas medias de la población en la campaña, lo colocan en el disparadero de asumir el compromiso o desencadenar la frustración.

Lo que haga Obama desde la Casa Blanca constituye un enigma. Enigma rodeado de peligros. En una nación donde el poder no admite vacíos porque siempre alguien los llena, y donde cualquier método para preservar su intangibilidad incluyendo los más abyectosse justifica, resulta una tarea colosal que alguien quiera renovar la política, sincerar el ejercicio de la democracia, incluir en vez de excluir, y tener presencia en el mundo sin avasallar. Cumplir sin defraudar y sin desencadenar la tempestad es el enigmático desafío al que tendrá que hacer frente Barack Obama.


Inteligencia privada
Hablando de desafíos, el que voy a comentar es uno de los tantos que Obama deberá encarar. Quizá no sea el de mayor envergadura, pero sí uno de los que presenta más riesgos. Hace poco, RJ Hillhouse, un novelista y blogger calificado, siguió la pista de la privatización en EEUU de los organismos de inteligencia. Reveló que más de 50% del servicio nacional clandestino ha sido subcontratado a empresas privadas, con lo cual éstas aparecen implicadas en la seguridad de la nación más importante y más sensible en materia de seguridad nacional. Entre las empresas subcontratadas están Abraxas, Booz, Allen Hamilton, Lockheed Martin, Raytheon. La influencia y operatividad de esas empresas se han extendido a la Oficina Oval. Lo fundamental del tema es que la seguridad nacional de los EEUU está siendo privatizada, y como expresaba un analista, la guerra contra el terror no tiene nada que ver con Al-Qaeda. Se trata de una gigantesca industria del espionaje privado que ha logrado lo que no ocurre con ningún otro gobierno: penetrar por completo el aparato de inteligencia del Estado. En el caso de la CIA, según Hillhouse, más de la mitad está en manos de empresas privadas. 70% de los recursos de inteligencia de los EEUU se asigna a los contratistas privados. ¿Un Estado privado dentro del Estado? ¿Un poder paralelo? Un desafío para un gobernante que como Obama se comprometió con el electorado a desmontar la onerosa y perversa estructura que la administración Bush levantó al margen de la democracia y del estado de derecho.