jueves, 13 de noviembre de 2008

El imperialismo ahora (I)

Jorge Gómez Barata


Un poco antes de fase final de la crisis del socialismo real, para actualizar el discurso político de izquierda y dotarlo de mayor capacidad de convocatoria unos y para evadir una expresión excesivamente militante otros, se comenzó a utilizar la palabra “imperio” para referirse a los Estados Unidos en lugar de “imperialismo”. También se prefirió utilizar “sociedad de mercado” o simplemente “mercado” en lugar de capitalismo.

El cambio de terminología, realizado mediante una superposición de fenómenos históricos aunque emparentados y lingüísticamente homologables, contenía una imprecisión teórica: Estados Unidos no es un imperio, sino el núcleo del sistema mundial del imperialismo, caracterizado por rasgos enteramente nuevo y que lo convierten en una fase del capitalismo. Tampoco la esencia del capitalismo es el mercado, sino la explotación del trabajo asalariado por el capital.

A pesar de las reservas académicas, las expresiones pegaron y se generalizaron, sobre todo porque Bush, sanguinario y arbitrario es efectivamente comparable con los peores emperadores que hayan existido.

No obstante, el peligro de tales metáforas es que, al reiterarse, incorporarse a trabajos de rigor científico, integrarse al lenguaje académico y ser de uso frecuente por destacadas personalidades, pasa a formar parte de la cultura política, hasta el punto de que una categoría cientifica es suplantada por una afortunada e ingeniosa expresión.

Con el tiempo la copia ocupa el lugar del original que es sepultado en el olvido. Ahora casi nadie habla del imperialismo, tampoco de la lucha antiimperialista, incluso cada vez más frecuentemente se invoca una especie de anti norteamericanismo.

La verdadera razón para el cambio es que el término imperialismo, utilizado como categoría sociológica aplicable a las sociedades capitalistas desarrolladas del siglo XX en adelante, fue acuñado por Lenin, un personaje excesivamente incomodo, que nunca fue aceptado por la academia occidental ni incorporado a la cultura política burguesa o socialdemócrata que en cambio asimilaron e incluso sacralizaron el concepto “capitalismo” sin reparar que fue creado por Carlos Marx.

Los imperios de la antigüedad eran entidades geopolíticas constituidas por territorios habitados por nacionalidades o etnias diversas, gobernados desde un centro por caudillos que los mantenían bajo control mediante la ocupación militar, la designación de gobernadores o por el sometimiento de los caudillos vernáculos leales al déspota, usualmente conocido como emperador.

Aunque a veces se asocia y en determinados lugares se confunden, la existencia de los imperios de la antigüedad es diferente e independiente del proceso unificador y centralizador que condujo a la formación de los estados nacionales. Todos aquellos imperios, no menos de una decena, sin excepción se debilitaban y desaparecían con la liberación de los territorios y nacionalidades sometidas.

Sobre aquella matriz, en la era moderna, asociado a la conquista, la colonización y esclavización del Nuevo Mundo, Africa y Asia, se formaron los imperios de segunda generación: España, Portugal, Francia, Gran Bretaña, que a diferencia de los antiguos, basaron su dominación más que en la fuerza de las armas en la superioridad tecnológica, económica y cultural.

La conquista fue en realidad una invasión y ocupación con componentes militares mínimos. Comparados con Grecia, Roma, Cartago, Bizancio y otros imperios construidos mediante grandes empresas militares, los imperios de segunda generación, levantados sobre la sangre de indefensos pueblos originarios fueron trágicas caricaturas.

Por un extraño fenómeno dictado por el oportunismo de Europa que convirtió su precedencia tecnológica y política en mecanismo de dominación, las potencias europeas congeniaron el desarrollo del capitalismo con la condición de imperios basada en el colonialismo. Victoria I, además de reina de Inglaterra fue coronada emperatriz de la India, incluso hubo un imperio, el de Napoleón que surgió en la zaga de la Revolución Francesa y el Reich (imperio) alemán que tanto ha dado que hablar fue, en parte obra de la conquista napoleónica.

En su andadura, Europa asumió todas las ventajas de la modernidad capitalista, sin renunciar a las estructuras imperiales arcaicas, hasta que con la independencia de los pueblos iberoamericanos y afroasiáticos los imperios de la segunda generación también dejaron de existir.

Por un extraño fenómeno, la independencia no debilitó a los viejos imperios europeos, sino que incluso los alivió de determinadas cargas y les permitió florecer. La explicación de semejante fenómeno no es obvia sino complicadísima, ocurrió así porque a fines del siglo XIX surgió un fenómeno enteramente nuevo: el imperialismo. Mañana les cuento de ese fenómeno que hoy se intenta, no por gusto, barrer bajo la alfombra.

Advierto que no tengo nada en contra de llamar emperador a Bush porque también en la antigüedad los hubo criminales e imbéciles.