sábado, 29 de noviembre de 2008

El cambio no es una opción más, es la única

Jorge Gómez Barata


Las reuniones del G20 y del Foro Económico Asia Pacifico (G21) fueron comedias mal montadas y peor actuadas. No hubo intercambio y lo que llaman “acuerdos” no son otra cosa que preceptos impuestos por Estados Unidos y presentados como si fueran resultado de un consenso. En realidad se trató de pésimos ejercicios de relaciones públicas para tratar de reflotar políticas muertas.

En ambas citas, Estados Unidos, actuando como centro y portavoz del núcleo del sistema imperialista, conocido como G7, se aseguró de que quedara firme el compromiso de: “Asegurar el libre comercio y proscribir toda actitud proteccionista. Lo insólito es que solamente entre el 7 de septiembre cuando el Departamento del Tesoro colocó bajo su protección a Freddie Mac y a Fannie Mae y la actualidad acude en ayuda del Citigroup y se discute la asistencia a la industria del automóvil, el Estado norteamericano, ha comprometido más de un billón y medio de dólares en operaciones de respaldo a entidades privadas.

¿Es esa la mano invisible del mercado? ¿Es eso libre comercio? Si eso no es proteccionismo: ¿qué es?

Lo curioso es que los presentes a las reuniones del G20 y del G21 asienten, sonríen y ninguno se revela, no sólo ante una colosal tomadura de pelo, sino frente a una maniobra que perjudicará directamente a las empresas y a los pueblos de la mitad de los países presentes que tendrán que cumplir al pie de la letra lo acordado, mientras Estados Unidos y Europa hacen caso omiso de su propia filosofía.

Dado sus niveles de productividad, las gigantescas economías desarrolladas que disponen de capital, controlan las transnacionales, los organismos crediticios, la OMC y operan un sistema monetario basado en el dólar, los países que forman el G7 y que disponen de insaciables y solventes mercados internos, disfrutan de todas las ventajas.

A todo ello se suman el predominio militar, la influencia política, la capacidad de presión de su diplomacia y el nivel de exigencia de sus mercados que dan a sus economías un blindaje perfecto e impenetrable sin necesidad de acudir a barreras arancelarias.

Estados Unidos, Europa y Japón no necesitan proteger sus industrias, su agricultura, su comercio y sus fianzas de la competencia del Tercer Mundo porque son ellos quienes dictan las pautas, fijan los estándares y colocan el listón a la altura que les conviene. Los países pobres, incluyendo los llamados emergentes, apenas disponen de márgenes para la maniobra; incluso aquellos que poseen cierta capacidad de presión, se abstienen de utilizarla porque su prosperidad depende de solvencia de los mercados occidentales.

No obstante las inmensas posibilidades de sus mercados internos, los países imperialistas necesitan del libre comercio porque, a pesar de su pobreza, los potenciales consumidores de los países subdesarrollados y emergentes constituyen fabulosas reservas que, precisamente por estar tan deprimidas, pueden crecer casi infinitamente y dar al capitalismo desarrollado los espacios que necesita para asegurar su vitalidad y su vigencia.

En la medida en que China, la India, Brasil, Argentina, toda Latinoamérica, Asia e incluso Africa aumenten sus niveles de consumo y mantengan abiertos sus mercados, tanto para la adquisición de tecnología, bienes de consumo industriales, alimentos y bisutería, como para vender a petróleo, minerales y valiosas materias primas, la economía de los países desarrollados, podrá crecer indefinidamente.

Obviamente Bush y su torpe administración guerrerista e imperialista al viejo estilo, no podían entender un hecho tan simple de que para ejercer la hegemonía mundial, Estados Unidos necesita que el mundo exista.

Tal vez no pase mucho tiempo para que una administración de sofisticados tecnócratas como la que está instalando Obama, avance no por los caminos de Clinton sino por los de Kennedy y conciba el progreso de la humanidad como elemento neutralizador de los conflictos sociales y como pivote para su propio progreso. No se necesita ser un genio para comprender que por los caminos de la paz, Estados Unidos lograría más que por los de la guerra y la agresión.

Tal vez en apenas unos meses, nadie se acuerde ya de las caricaturescas reuniones de Washington y Lima que Bush, frustrado y amargado por dejar como legado la certeza de haber sido el peor presidente de los Estados Unidos, utilizó para tratar de reciclar sus absurdas y turbias políticas.

Es probable que los Obama‘s boys comprendan lo que es obvio: Estados Unidos puede salir de la crisis, lo que no puede es salir solo. Muchos dudan de que haya tanta lucidez. Veremos.