jueves, 20 de noviembre de 2008

Dime con quién andas

Jorge Gómez Barata


Comprender el papel del Estado moderno es básico para dilucidar naturaleza de la actual crisis. El Estado es el núcleo del sistema político, el ente que fija las reglas y hace la ley, la única entidad calificada para ejercer el poder sobre toda la sociedad y la única fuerza capaz arbitrar entre todos los actores sociales y evitar que la sociedad se desangre en luchas estériles.

A la luz del liberalismo político clásico, la idea de que el gobierno es parte del problema y no de la solución es insostenible. El gobierno electo, (suponiéndole legitimidad y eficiencia) es la mano ejecutiva del Estado, la expresión visible de la autoridad, el garante de las reglas y la ley. Desautorizar al gobierno equivale a deshabilitar las instituciones e introducir el caos que es lo ocurrido con la desregulación del sector financiero que condujo a la crisis actual. Así lo reconoció la Declaración Final del G20 celebrada en Washington.

Al apoderarse del poder, los sectores más conservadores de los países imperialistas encabezados por Estados Unidos, dieron luz verde a las corrientes neoliberales que neutralizaron hasta anular la capacidad del Estado para proteger al sistema y al país que quedó a merced de una camarilla de usureros de alto perfil.

En un desenfrenado afán de ganancias, dejadas a su arbitrio por una irresponsable desregulación, las instituciones financieras de Estados Unidos y otra media docena de países que forman el núcleo del sistema imperialista amenazaron con realizar lo que parecía imposible: poner contra las cuerdas al capitalismo.

Acorralado, no por el proletariado que, conducido por la izquierda marchó al asalto de los bastiones burgueses, sino por una casta de banqueros, especuladores y prestamistas de ultraderecha, ante el peligro de un inminente colapso, el sistema acude al Estado en busca de protección frente a la avaricia de los barones del dinero.

El convite de los líderes de los 20 países que poseen las más desarrolladas o potencialmente más importantes economías del planeta que convocados por George Bush, acudieron a Washington para examinar la crisis que afecta al mundo, persistieron en el error y, conscientes o no se sometieron a un círculo de poder que literalmente tiene los días contados.

La crisis en marcha y para la cual no hay solución a la vista, ha servido para evidenciar algunos defectos de génesis de la globalización: no existen ciudadanos globales y no hay líderes ni gobierno global. El mundo global es una criatura bastarda: sin padre, sin representación en los circuitos de toma de decisiones y sin nadie que se preocupe por ella. Esperar que lo hagan los países ricos o aquellos que aspiran a serlo, no es una ilusión, es una idiotez.

Los países capitalistas desarrollados, que forman el núcleo del imperialismo contemporáneo, acaban de reiterar su incapacidad, así como su falta de sensibilidad y de voluntad política para liderar los esfuerzos por conjurar las crisis económica, energética y ecológica, que se solapan y se suman al subdesarrollo de las tres cuartas partes del planeta.

A las deformaciones estructurales de la sociedad internacional de nuestros días, entre las cuales figuran la dependencia económica, política y tecnológica de las naciones subdesarrolladas que les impide concertar acciones y actuar en concordancia con sus necesidades y aspiraciones, se añade la maniobra imperialista que suma a varios de los países subdesarrollados de mejor desempeño económico al selecto club que forma el núcleo del imperialismo contemporáneo. Esta cuña divisionista pudiera malograr más de un esfuerzo.

Al preguntársele acerca del modo en que Brasil, Argentina y México representaron a América Latina en el Week end de Washington, un experto respondió: “Del mismo modo como Indonesia representó a Asia, Arabia Saudita al Medio Oriente y Sudáfrica al Africa negra: ni bien ni mal. Malamente se representaron ellos. No hay manera de asumir que con el acceso de algunos países subdesarrollados al G20, el Tercer Mundo haya instalado un Caballo de Troya en el núcleo del imperialismo moderno. Tal vez ocurrió todo, lo contrario”. Viviremos para ver.