jueves, 14 de agosto de 2008

¿Y si Georgia perteneciera a la OTAN?

Luis Luque Álvarez


Uno de los dichos más en boca de las personas, reza que «a veces lo que sucede, conviene». Y aunque no se trata de una verdad absoluta, al menos en el conflicto suscitado entre Georgia y Rusia tras la agresión georgiana a Osetia del Sur, hay que reconocer que, en efecto, el desastre pudo haber sido peor de lo que ha sido si los países integrantes de la OTAN hubieran tomado, meses atrás, la decisión equivocada.

A principios de abril, en la cumbre del pacto militarista en Bucarest, EE.UU. empujó para que Georgia y Ucrania recibieran su plan de adhesión como miembros plenos de la Alianza. Pero varios países (entre ellos Francia y Alemania) prefirieron no provocar la ira de Rusia, vital proveedor de petróleo y gas a Europa, y decidieron abstenerse de seguir poniendo las fronteras de la OTAN en las puertas de Moscú, algo que en los años 90 prometieron que nunca harían, y que sin embargo, fue papel mojado, al quedar incluidas Polonia (en 1999), Estonia, Lituania y Letonia (en 2004).

Ahora bien, si, como desean algunos países ex socialistas, Georgia fuera ya parte de la OTAN, ¿qué tendríamos hoy sobre la mesa? Presumiblemente, una guerra de mayores proporciones, una riña tumultuaria en la que, en lugar de armas blancas, chocarían los ultrapoderosos armamentos de las naciones más ricas del planeta, que se encargarían de proveer toneladas de cadáveres, mezcladas con escombros, a las imágenes de TV.

¿Por qué este apocalipsis potencial? Porque, según el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, de 1949, «las partes acuerdan que un ataque armado contra una o más de ellas, que tenga lugar en Europa o en América del Norte, será considerado como un ataque dirigido contra todas ellas», y en consecuencia ¡todas deben acudir en ayuda del que se considera agredido! Fue lo que ocurrió tras el 11 de septiembre: EE.UU. quiso desquitarse del ataque terrorista invadiendo Afganistán, y sus aliados se vieron envueltos en una agresión contra un país en el que casi no había contra qué disparar misiles de medio millón de dólares. Y lo hicieron.

Pero Moscú no es Kabul... ¿Qué habría pasado si una Georgia admitida en la OTAN hubiera ejecutado la irresponsable invasión a Osetia del Sur, y Rusia hubiera intervenido para frenarla? ¿Acaso un fatal «uno para todos, y todos contra uno», en el que, una vez más, el continente europeo sería el teatro de una guerra fratricida?

Afortunadamente, no ha sido ese el escenario, pero duele que la aventura del presidente georgiano, Mijaíl Saakashvili, haya provocado la muerte de 2 000 personas (civiles sudosetios principalmente) y el desplazamiento de otras decenas de miles hacia Osetia del Norte. Arreglado está Washington si su mejor aliado antirruso en el Cáucaso es un gobierno que ataca, causa una catástrofe humanitaria y, después, se ve obligado a replegar sus tropas y a buscar apurado un cese el fuego.

Por cierto, tal modo de proceder hará pensar mucho más a los europeos a la hora de reconsiderar la adhesión de Tiflis a la OTAN, y se ahondará la división entre quienes la apoyan y los que la rechazan. Cuando esto escribo, se efectúa un acto en una céntrica plaza de la capital georgiana. Ondean decenas de banderas georgianas y norteamericanas —¿cuáles si no?—, mientras los presidentes de Polonia, Ucrania, Estonia, Lituania y Estonia se dirigen a la multitud.

Llama la atención que se trata únicamente de ex integrantes del eje socialista europeo, que hoy orbitan en torno a Estados Unidos. No asisten los mandatarios ni de Francia, ni de Alemania, ni de Austria, ni otros más. Quizá porque no comparten el modo torpe y belicoso en que Georgia pretendió arreglar la cuestión de Osetia del Sur. Y claro, porque con lo caros que están los recursos energéticos, ¿para qué andar buscando tres patas al gato (o al oso...)?

Valga recordar, además, que ninguno de ellos voló hacia Belgrado a mostrar simpatías cuando EE.UU. decidió que Kosovo ya no pertenecía a Serbia. En febrero pasado, esa provincia le fue arrancada de cuajo al Estado serbio, bajo el pretexto de que el 85 por ciento de los kosovares son de origen albanés, y solo un cinco por ciento serbio. ¿A qué viene entonces la alarma por las regiones de Osetia del Sur y Abjasia, en la que solo una minoría es georgiana, frente a una inmensa mayoría de osetas y abjasios que desde la pasada década mantienen sus territorios fuera de la autoridad efectiva de Georgia?

La interrogante, por supuesto, es retórica: su respuesta está en los dobles raseros por los que se miden las relaciones internacionales. Ya al terminar, veo en TV al presidente francés, Nicolás Sarkozy. Su país ostenta la presidencia rotatoria de la UE, y él está en Tiflis, de vuelta de Moscú, intentando recomponer el jarrón roto con un plan de seis puntos que ha presentado a las partes.

Ya tendremos más noticias...