miércoles, 13 de agosto de 2008

América Latina: los cambios estructurales

Jorge Gómez Barata


Comparadas con la Revolución Norteamericana en 1776, la Toma de la Bastilla en la Francia de 1789, la Revolución Mexicana de 1910, la Bolchevique de 1917, la República de los Consejos de Béla Kun o la defensa de la República española en los años treinta, las revoluciones y los movimientos reformistas latinoamericanos de hoy son como de terciopelo.

No se ven muchedumbres inflamadas de patriotismo o espíritu clasista clamando venganza y nadie quisiera prenderle fuego al cielo o tomarlo por asalto. Ello se debe a que aunque a cuenta de inmensos sacrificios, incluso en América Latina, el progreso ha hecho lo suyo, limitando las tareas de las vanguardias a corregir lo que la historia torció.

La oligarquía y la burguesía latinoamericanas no han descubierto lo que sus homólogos europeos saben desde hace 60 años: la mejor oportunidad no radica en confrontar los cambios sino en sumarse a ellos y no es inteligente combatir contra un adversario con el cual se puede negociar. En Europa occidental, escenario de intensas confrontaciones durante siglos, la lucha de clases recuerda una metáfora y el único líder que allí es capaz de reunir a miles de personas es el Papa... para orar.

El primitivismo de su mentalidad que hace terca, reaccionaria y violenta a las clases dominantes latinoamericanas y las lleva a defender, no su status dirigente sino mezquinos intereses, les impide sumarse a las reformas que a la larga también las benefician y que pudieran ser viables porque, más que de exterminar a las clases privilegiadas, de lo que se trata es de cambiar las estructuras y aplicar ciertos estándares propios de la civilización occidental.

Las estructuras sociales, económicas, políticas, culturales, religiosas e ideologías, así como las instituciones correspondientes se desarrollaron paulatinamente convirtiéndose en instrumentos de dominación. Las clases sociales, la propiedad privada, las religiones, las iglesias y las ideologías políticas, no fueron inventadas por los explotadores, sino que surgieron como parte del devenir histórico y evolucionaron a tenor con las necesidades de cada sociedad y cada época histórica.

En aquellos países donde el desarrollo discurrió a partir de factores internos y de forma independiente, tales estructuras se amoldaron a los requerimientos y necesidades de cada país, incluso se homologaron y se homogenizaron hasta hacer posible la coordinación e incluso de unificación. Los europeos y los norteamericanos tienen las instituciones que han necesitado y querido tener. Nadie les impuso el cristianismo ni el liberalismo, el capitalismo, el socialismo y el anarquismo no llegaron importados de otro lado y nunca fueron colonias al estilo del Tercer Mundo.

En América Latina no ocurrió de ese modo. Aquí no hubo oportunidades de optar, sino que todo fue impuesto. A diferencia del pensamiento político y de las clases sociales europeas que son resultado del desarrollo, la oligarquía y todas las estructuras sociales latinoamericanas, incluyendo los estados, los partidos y las ideologías son fruto de aberraciones, anomalías e imposiciones.

Para progresar económica y políticamente, incluso para introducir elementos del socialismo, los europeos no tienen que hacer revoluciones ni guerras civiles y ni siquiera cambiar a fondo sus estructuras sociales porque todas, más o menos, corresponden a sus necesidades, son consecuentes con sus estilos de vida y responden a sus aspiraciones, cosa que no ocurre en América Latina.

Nadie en Europa clama por la reforma agraria y ni siquiera el neoliberalismo ha eliminado el poderoso sector público de la economía, no se escuchan protestas porque en muchos países las emisoras de radio y de televisión sean públicas. Mientras la enseñanza privada es virtualmente desconocida y, desde los tiempos de Carlos Marx, los capitalistas incluyen en los salarios las necesidades de las familias proletarias costeando de ese modo la reproducción de la fuerza de trabajo y nadie trepa por las paredes cuando en algún lugar el secretario general del partido comunista es electo presidente.

Por otra parte, introducir los cambios necesarios para el progreso de nuestras sociedades, no significa asumir una posición nihilista que niegue todo lo realizado y preconice la destrucción de las estructuras sociales existentes. De lo que en realidad se trata es de, en los limites de lo posible y lo racional y con los ritmos adecuados, enmendar lo que se hizo mal, en primer lugar, los atavismos que impiden el desarrollo y el progreso, obstaculizan la distribución de la riqueza social y la implantación de estándares de justicia social.

En materia de revisión estructural, de cara a los procesos de reforma social más avanzados en América Latina, son prioritarios los temas relacionados con la función del Estado, la tenencia de la tierra, la propiedad, la soberanía sobre los recursos naturales la distribución de los recursos nacionales, la justicia social, los mecanismo de participación y el desarrollo de la sociedad civil.

Lo que ha estado ocurriendo en Venezuela, Bolivia y Ecuador, respecto a la adopción de nuevas constituciones, no son más que acciones para modernizar las estructuras estatales y hacerlas contemporáneas, como mismo los referendos y las consultas populares son búsquedas para crear mecanismos de participación que le devuelvan a los pueblos el protagonismo confiscado por la oligarquía, que decretó la exclusión y la no participación como bases de un sistema político antediluviano.

Revolución en América Latina ahora es cambiar lo que deba ser cambiado, desde luego, no es poco, nadie dice que sea fácil, pero tampoco debiera generar pánico, sino todo lo contrario. El tema da para más y trataremos de avanzar.