lunes, 25 de agosto de 2008

Otro socialismo real

Jorge Gómez Barata


Como parte de las deformaciones introducidas en la Unión Soviética, se estableció una concepción filosófica y política basada en una lectura de las obras de Marx y Lenin exclusivista y refractaria a las interpretaciones teóricas diferentes y descalificadota de otras a fuerzas políticas que, aunque de matriz socialista, eran criticas del estado de cosas imperante en la URSS y ponentes de tesis y proyectos políticos diferentes, menos radicales, incluso reformistas.

Aquel rechazo no fue gratuito, sino que estuvo basado en la actitud asumida por partidos y elementos la socialdemocracia europea ante la Primera Guerra Mundial y Revolución Bolchevique que generaron un distanciamiento que con el tiempo y los eventos políticos se tornó antagónico. La socialdemocracia se sumó al anticomunismo y al antisovietismo, mientras los otros se tornaron sectarios.

De ese modo a las tensiones de la batalla ideológica que inevitablemente el socialismo libraba contra la ideología liberal-burguesa y la reacción mundial, se sumaron la polémica y las confrontaciones con la intelectualidad progresista y la izquierda no marxista-leninista europea, que a la larga debilitaron a todas las partes y a todos los esfuerzos.

El hecho de que en la Europa ocupada por los nazis, las exigencias de la resistencia anti fascista se impusieran sobre diferencias filosóficas y desencuentros tácticos y estratégicos, generó un clima positivo que, después de la victoria contra Hitler, en los países de occidente, favorecieron alianzas y concertaciones que fueron la base de importantes procesos políticos de la postguerra en esos países.

En ese período, mientras los pueblos de la Unión Soviética con heroísmo impar reconstruían su inmenso y heroico país y únicamente con sus recursos sanaban las heridas de la guerra, levantaban la economía, contribuían a la reconstrucción de los países de Europa Oriental y al desarrollo de China y asumían los enormes costos de la Guerra Fría; con ayuda norteamericana, las fuerzas políticas de los países euroccidentales lideradas por socialistas y socialdemócratas, introdujeron reformas al sistema político que condujeron a la edificación de los llamados “Estados de Bienestar”.

Las reformas en la Europa de postguerra otorgaron un elevado protagonismo al Estado en el diseño y aplicación de políticas sociales, legislaciones laborales, sistemas de seguridad social que mediatizaron la acción del mercado, regularon las relaciones entre el capital y el trabajo, aunque preservaban las esencias de las sociedades explotadoras, eran de una obvia orientación socialista y significaban enormes conquistas para los trabajadores y los pueblos del Viejo Continente.

Aunque nunca se reconoció así, tal vez se trataba de un cierto avance hacía la realización de la tesis marxista acerca de que el socialismo se impondría en los países económicamente más avanzados, más o menos simultáneamente, percepción reforzada por el hecho de que se producían modificaciones estructurales que facilitaron que una parte de la plusvalía obtenida por los capitalistas fuera reintegrada a los trabajadores y la sociedad en forma de prestaciones sociales y aumentos salariales que propiciaron el aumento del consumo y el acceso al confort.

Aunque parezca de perogrullo, es preciso aclarar que la creación de los “Estados de Bienestar” no condujo a la solución de todos los problemas, no garantizó el pleno empleo, no acabó con la pobreza y, aunque dio lugar al reposicionamiento de las clases sociales, no suprimió la lucha entre ellas, produciendo la definición de prioridades y la introducción de nuevas formas de lucha. Con sus luces y sus sombras, la creación de los llamados “Estados de Bienestar” respondió a una etapa más avanzada del desarrollo económico y social.

Sin embargo, no sólo porque segundas partes nunca fueron buenas, sino por circunstancias asociadas al proceso político latinoamericano, condicionado por el subdesarrollo, la presencia de la oligarquía y del imperialismo, en nuestro continente no es pertinente imitar aquellas experiencias ni reivindicar a una socialdemocracia que por sus reiteradas inconsecuencias y sobre todo, por sus intereses de clase, terminó atrapada por el neoliberalismo, aunque sus realizaciones de antaño forman un interesante referente.

Cualquier tendencia a la imitación y a la adopción del reformismo socialdemócrata puede provocar la involución de las fuerzas populares, de sus organizaciones y de sus líderes. La autoctonía de nuestros procesos políticos los hace plurales, receptivos a todas las experiencias revolucionarias, nacionalistas y socialistas creando una apertura que sirve de base a la mayor concertación de fuerzas sociales, patrióticas, revolucionarias y progresista que nuestro continente haya conocido jamás.

Lo esencial del proceso latinoamericano de hoy es su contenido, ligado al desarrollo, la introducción de estándares de justicia social, la lucha contra la pobreza, la ignorancia, la insalubridad y la exclusión, la búsqueda de la soberanía nacional y el fin del sometimiento al capital extranjero y la reforma estructural del sistema político, que establezca de modo irreversible un orden institucional basado en la democracia, la participación decisoria y no sólo consultiva y la justicia distributiva.

Se trata de un proyecto que no define a priori sus fuerzas rectoras ni su liderazgo, no posee ni necesita dogmas doctrinarios, sino que toma lo mejor de las diferentes corrientes humanistas, dando lugar a una ancha plataforma política y a una base social en la caben todos los factores interesados en la marcha hacía adelante.

Nadie será ahora rechazado ni criticado por ser comunista o socialdemócrata, creyente o agnóstico y todo aporte será bien recibido. Por una vez en América Latina, izquierda es todo lo que no sea derecha y por una vez un proyecto político se distingue por su propuesta positiva. Tal vez sean los presidentes Chávez y Correa quienes lo han formulado del modo más claro y elegante: “Socialismo del siglo XXI, no para una época de cambio sino para un cambio de época”.