domingo, 31 de agosto de 2008

De las ideas y del cambio

Jorge Gómez Barata


Los hechos y los comportamientos son las ideas en estado práctico. “Todo lo que los hombres hacen pasa antes por sus cabezas”. Se trata de una compleja interacción que explica la capacidad de la mente humana para reflejar la realidad, recrearla y transformarla. Esos procesos, aunque se realizan a escala individual, por su origen, naturaleza e impacto son inequívocamente sociales.

Dado su carácter social, las ideas se constituyen y se expresan como sistemas. El más general de ellos es conocido como “conciencia social”, entidad que pudiera ser resumida como la opinión que en un determinado período histórico la humanidad tiene de sí misma y que expresa un estado de consenso acerca de la política, la moral, el derecho y la fe. Por esa cualidad, en las sociedades modernas, la conciencia social es el principal elemento cohesionador de la estructura social.

Esa percepción globalmente compartida se forma en grandes períodos de tiempo y se nutre de la herencia cultural y del aporte de miríadas de generaciones. Eso explica que en esta época histórica, por ejemplo, exista cierta homogeneidad en el credo acerca del Estado, la democracia, la propiedad, el mercado, el dinero, el poder y otros elementos de las relaciones entre las personas.

En cuanto a sistemas de ideas, por su alcance, le sigue en orden la ideología, que para mi consumo y el de mis alumnos resumo como “la conciencia social de las clases”. Se trata por tanto de un bloque de pensamiento que une a la clase -a la vez que la distingue de las otras- y en lugar de cohesionar a la sociedad la fragmenta, promueve la confrontación de los diferentes estamentos y es sostén de la lucha de clases.

Esta comprensión se completa con la inteligencia acerca de que las ideas dominantes en una época histórica son las ideas de la clase dominante que, además del control económico, ejerce el poder político, controla el Estado y se sirve del mismo para imponer su ideología. Los no iniciados pueden confundir las ideas de la clase dominante con la conciencia de la sociedad.

La importancia de estas meditaciones teóricas y otras menos didácticas y más completas y profundas permiten comprender el terreno que se pisa y asumir que los movimientos políticos, sobre todo aquellos que tienen la vigencia y la fuerza suficiente para modificar los perfiles de las épocas históricas y los líderes que los encabezan, son resultado de circunstancias históricas.

Hubo un tiempo en que la única forma de ser progresista en Europa era ser antimonárquico y anticlerical, entre otras cosas porque la monarquía y la curia se habían convertido en sostén del feudalismo, devenido entonces en un modo de producción retrogrado. La época actual dicta otras pautas y arroja otros resultados.

Si bien en términos económicos y tecnológicos, la globalización es un hecho irreversible y en general positivo, no ocurre lo mismo en la esfera política. Pretender homogenizar el sistema político a partir de la democracia liberal, soslayando las enormes diferencias entre las realidades de Africa y América Latina con las de Europa y los Estados Unidos, es política y científicamente erróneo.

No obstante, no es la realidad económica la que retrocederá para acomodarse a la política, sino a la inversa: la política deberá colocarse a la altura de las exigencias de una globalización que en su diseño, a la larga, deberá excluir el elemento neoliberal, que es incompatible con el avance de los pueblos menos desarrollados.

América Latina está cambiando y avanzando hacía sistemas políticos modernos, democráticos y esencialmente socialistas, no sólo por tener una hornada de lideres de lujo, sino porque existe la necesidad social del cambio. No se trata de restar merito a quienes conducen los proceso avanzados en nuestros países, sino de reforzar su autoridad con la convicción de que avanzan en el mismo sentido que la historia.

La buena noticia es que el imperio no puede evadir estas realidades y también deberá introducir ajustes en su comportamiento. No se trata ahora de revoluciones locales, sino de una época revolucionaria que debuta en América Latina y a la cual la oligarquía primitiva y antidiluviana, la democracia cooptada como tampoco el subdesarrollo y la pobreza, pueden sobrevivir. “Una necesidad social, dijo un brillante socialista, puede más que cien universidades”. Exactamente de eso se trata ahora en América Latina: hacer lo que es necesario hacer.