miércoles, 4 de junio de 2008

Lecturas posmodernas (III): El Antiimperialismo

Jorge Gómez Barata


A fines del siglo XIX en Europa Occidental y en los Estados Unidos aparecieron tendencias económicas y políticas enteramente nuevas, entre ellas un maridaje entre el Estado y el capital que dio lugar al “capitalismo monopolista de Estado”, al predominio del capital financiero sobre el industrial, a la aparición de las transnacionales y a la inversión en el extranjero. En su conjunto el fenómeno fue bautizado como imperialismo. Para ciertos pensadores se trataba de una nueva fase del capitalismo y para algunos, de la última.

En aquella mutación influyeron los procesos de liberación de las colonias de Iberoamerica que aunque se limitaron a la transferencia del poder político de las metrópolis a las élites criollas que, incapaces y sin voluntad política para modificar el modelo económico agroexportador, apenas modificaron las formas de dependencia. No obstante el hecho obligó a la introducción de cambios en la relación política del capitalismo desarrollado con la periferia.

El hecho de que en Iberoamerica las fuerzas que pugnaban por la emancipación política obtuvieran algunos avances, no implicó el diseño de proyectos políticos y de modelos económicos que favorecieran el desarrollo nacional y el progreso de las mayorías. En Latinoamérica la independencia no significó ningún un avance sustantivo para los pueblos originarios ni para los negros, incluso para los criollos pobres.

Únicamente allí donde las luchas independentistas se desplegaron tardíamente como ocurrió en Cuba, existieron condiciones para que un hombre de la visión política de José Martí se percatara de las nuevas realidades y promoviera, junto con la lucha por la independencia de España, una actitud enteramente nueva hacía las formas de dominación que percibía en el comportamiento de Estados Unidos y Europa y que, andando el tiempo, se conocerían como antiimperialismo.

De modo que, aunque el imperialismo, como fenómeno económico y político, se gestó en Europa y los Estados Unidos y fueron pensadores europeos, Lenin entre ellos, quienes lo estudiaron, lo sometieron a la crítica e incorporaron su estudio a las ciencias sociales, fue en los países emergentes donde se le confrontó.

En América Latina y más tarde, con peculiaridades distintivas, en el Tercer Mundo, el antiimperialismo devino una posición política de doble efecto al asociarse, no sólo a una aspiración de ruptura de la situación de sometimiento económico y subordinación política a los Estados Unidos y Europa, sino también a deshacer el yugo de las oligarquías nativas, combinación que dio lugar a las luchas de liberación nacional, obviamente antioligárquicas e inevitablemente antiimperialistas.

Esos esfuerzos, con proyectos políticos diferentes, liderazgos más o menos esclarecidos, grados de radicalismo calibrados con las realidades locales y éxitos variables, se desplegaron en los países del Tercer Mundo, que en conjunto han alcanzado éxitos relevantes y que han obligado a los imperios, especialmente a Estados Unidos, a tomar notas de nuevas situaciones.

Del mismo modo que el imperialismo se ha metamorfoseado, lo han hecho también las naciones del Tercer Mundo, que para sobrevivir e impulsar proyectos nacionales no tienen otra alternativa que confrontar a los imperios. La América Latina de hoy, con posiciones diversas y un diapasón político que va desde Cuba a Brasil o Uruguay, pasando por las opciones en marcha en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y otras, es esencialmente antiimperialista.

No se trata de que los países sean, se denominen o se califiquen socialistas o izquierdistas, sino que para sobrevivir, necesariamente tienen que ser menos dóciles, más identificados con sus realidades nacionales y con procesos políticos que reflejen mejor los intereses de cada uno de sus pueblos y de todos en conjunto.

Del mismo modo que están en marcha esfuerzos para construir una nueva hegemonía con Estados Unidos como centro de un imperio mundial, se desarrolla también un nuevo antiimperialismo. Se trata de una dialéctica que el imperio quisiera cambiar pero no puede. La postmodernidad y la globalización son caminos de más de una vía. Los hechos están a la vista.