martes, 10 de junio de 2008

El hambre y la voluntad política

Jorge Gómez Barata


Subrayar el origen histórico de las deformaciones estructurales que ubican al colonialismo, al neocolonialismo y a la dominación imperialista como causantes del subdesarrollo y responsables de sus secuelas, entre otras, la pobreza, el hambre, la vulnerabilidad a las enfermedades y los déficit de democracia, no significa disminuir la culpa de las oligarquías locales, liberar de responsabilidades a las autoridades nacionales ni promover la espera resignada a que las soluciones lleguen de fuera.

Aunque es justo, por ahora no hay manera de exigir responsabilidades a los países ricos, beneficiarios del saqueo de las colonias y las neocolonias, la trata de esclavos, el intercambio desigual ni obtener una justa reparación.

Las razones de semejante situación son obvias: la estructura de dominación montada para la conquista, la colonización y el neocolonialismo, no sólo está intacta sino que se ha reforzado. Europa no es hoy menos arrogante y depredadora respecto al Nuevo Mundo que quinientos años atrás, ni Africa es menos maltratada que cuando sus jóvenes eran cazados como fieras y vendidos como bestias en los mercados de esclavos. Las asimetrías que condujeron a aquellas situaciones, no sólo no han desaparecido sino que se han reforzado.

La labor de denuncia de esas realidades que desde los años sesenta realizan los científicos sociales e intelectuales de avanzada de Europa, Estados Unidos, América Latina y el Tercer Mundo, a la que se suman la prensa progresista y que constituye una constante en la predica de los líderes más esclarecidos y una prioridad en la labor de las entidades multilaterales de segunda generación, es una parte de la lucha por el desarrollo.

En realidad, lo más esencial es la confrontación contra el colonialismo, el neocolonialismo y por la liberación nacional; el empeño por desplazar del poder a las oligarquías dependientes del capital extranjero, apoyar a las fuerzas políticas y a los gobiernos progresistas que promueven reformas, auspician el desarrollo económico, crean empleos, enfrentan el analfabetismo, luchan contra las enfermedades, impulsan programas sociales y se preocupan por el bien común.

Esas posiciones comprendidas e impulsadas por los líderes y las vanguardias políticas de los países afroasiáticos en el momento de la descolonización y que sostenidas a lo largo de los años sesenta y setenta permitieron avances en la lucha contra el neocolonialismo y por el rescate de las riquezas nacionales, perdieron prioridad e incluso se revertieron con el auge de la reacción, el conservadurismo y el neoliberalismo favorecidos, procesos favorecidos por la remoción o eliminación física de los lideres históricos en algunos países.

Entre Nasser, Sukarno, Sekou Toure, Nkrumah, Lumumba, y otros líderes tercermundistas y sus sucesores no sólo existieron abismales diferencias políticas, sino distintos grados de compromiso con las causas nacionales y de combatividad frente al neocolonialismo y al imperialismo. Estados como India y Argelia que navegaron con mejor suerte, registraron importantes avances.

En aquellas circunstancias, cuando respecto al desarrollo y especialmente en la lucha contra la pobreza y el hambre comenzaron a prevalecer los enfoques neoliberales, ganó preponderancia el papel de los países desarrollados que, sirviéndose de las agencias de Naciones Unidas, trabajaron para sustituir los acentos anti neocolonialistas por tendencias que se apartaban de la lucha política, privilegiando presuntas y milagrosas opciones tecnológicas que nunca llegaban o no eran sustentables, así como por créditos, donativos y magras ayudas al desarrollo.

La idea de la revolución y la lucha anti neocolonialista fue suplantada por los alegatos a favor de los peregrinos milagros de una “revolución verde”, especulaciones sobre el impacto de la población y propuestas para el control de la natalidad, préstamos en condiciones leoninas que, además de desmontar las opciones reales, condujeron a una brutal deuda externa que los países han pagado muchas veces.

Como resultado de esos y otros procesos, los empeños por usar los foros internacionales y los organismos multilaterales para imponer un “Nuevo Orden Económico Internacional” fueron relevados por enfoques burocráticos y estériles. Durante años, aunque solitaria, la esclarecida voz de Fidel Castro, mantuvo vigente la denuncia y las esperanzas y, a pesar de que su contundencia motivaba apoyo y aplausos, no era secundada por acciones en la dirección adecuada. La caída del socialismo provocó una coyuntura aun más dramática.

Actualmente, aunque la situación de América Latina se ha modificado radicalmente y los enfoques neoliberales y tecnocráticos han perdido terreno y en algunos países asiáticos se perciben mejorías, el liderazgo africano, no sólo no ha logrado reponerse de los golpes de la reacción y el imperialismo, sino que muchos países se desangran en conflictos fraticidas y estériles pugnas políticas.

En todo caso, la historia ha servido para probar que allí donde existió voluntad política y lideres comprometidos con sus pueblos y se trabajó responsablemente y se usaron los recursos nacionales y la ayuda internacional de modo correcto, se obtuvieron importantes avances en la lucha contra la pobreza y su más terrible componente: el hambre. India y China son ejemplos sobre lo que vale la pena meditar.