viernes, 9 de mayo de 2008

¿Por dónde comenzar?

Jorge Gómez Barata


Cuentan que un jardinero fue contratado para sembrar algunas plantas y al percatarse de la edad provecta del cliente, lo alertó: “Ese arbolito tardará cien años en crecer”. “¡Date prisa! Siembra primero la que más demore.” Le ordenaron.

El dilema del jardinero pudo haber sido el de cualquiera de los reformadores, gobernantes o revolucionarios latinoamericanos que, apremiados por la brevedad de sus mandatos, intentan solucionar un cúmulo de graves, complejos y dramáticos problemas, la mayoría de ellos gestados y acentuados desde hace siglos.

Lo más grave no es el poco tiempo o la carencia de recursos, sino la falta de consenso en la clase política, el poco respaldo de las élites económicas y muchas veces, la incomprensión de aquellos que serán beneficiados. Ante los reformistas y los revolucionarios latinoamericanos, la regla es la oposición y la hostilidad de la oligarquía.

El frente externo de la oposición, con frecuencia el más poderoso, activo y exigente, está invariablemente liderado por los Estados Unidos, que desde hace casi doscientos años es ponente de las posiciones más reaccionarias y extremistas. No hay un solo ejemplo de un gobernante latinoamericano interesado en el desarrollo de su país, en la lucha contra la pobreza y por la justicia y defensor de la soberanía nacional ante el que Estados Unidos haya sido ni siquiera neutral.

El origen anómalo de nuestras naciones y de sus instituciones, incluso la implantación de la civilización cristiana, estuvo ligada a la conquista, la colonización, la evangelización y la trata de esclavos, lo que equivale a decir a la ocupación, el saqueo y la violencia, circunstancias que dieron lugar a deformaciones, que en vez de ser corregidas, se utilizaron por las élites oligárquicas y pro imperialistas para reforzar y eternizarse en el poder.

Mientras en sus tierras, los europeos y los norteamericanos apostaron por un sistema político fundado en el Estado de Derecho, la institucionalidad y la ley, las oligarquías criollas prescindieron de la legalidad e instalaron gobiernos despóticos y autoritarios, basados en golpes de Estado y en encumbramiento de caudillos. En realidad, jamás se trató de una elección.

A pesar de sus enormes riquezas, Estados Unidos no fue nunca económicamente autosuficiente sino que su población y su industria necesitaron tierras, azúcar, carne, lana, cueros, salitre, guano, café, tabaco, bananos, fosfatos, oro y plata, estaño, caucho, cacao, maderas, níquel, bauxita, petróleo y decenas de otras materias primas, pero sobre todo necesitaron los brazos y el sudor latinoamericano.

No existe una sola de las cientos de empresas norteamericanas que han operado u operan en América Latina, desde las pioneras como: United Fruit, ITT, Standard Oil, Anaconda, Chase Manhattan Bank, hasta las actuales, como Exxon, Halliburton, Monsanto, Chiquita y otras miles con diferentes objetos y dimensiones, que pueda ser mencionada por su contribución al desarrollo y el progreso de nuestras naciones, todo lo contrario.

La entente formada por las deformaciones estructurales derivadas de la colonia, la irrupción y actitud depredadora del capital extranjero, el establecimiento de sistemas políticos autoritarios y gobiernos dictatoriales para beneficio de las oligarquías, la abismalmente desigual distribución de la riqueza, la interminable sucesión de gobiernos corruptos y dependientes son los responsables del dramático cuadro que presentan todos nuestros países.

Para avanzar es preciso acabar con la pobreza y exclusión, suprimir la discriminación de los pueblos originarios, generar empleos y mejorar los salarios, establecer políticas de seguridad social, alfabetizar a los adultos y escolarizar a los niños, curar a los enfermos y erradicar las muertes por enfermedades prevenibles.

Para todo hacen falta recursos que es preciso rescatar y acciones decisivas para devolverle a los gobierno y al Estado su dignidad y su eficiencia. El tiempo no alcanza y las necesidades apremian, los pobres, los hambrientos y los analfabetos no pueden esperar y el imperio y la oligarquía no se resignan.

La pregunta acerca de qué hacer no se la hacen hoy los gobiernos que en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua, Brasil, Chile, Argentina y otros países, conocedores de que es preciso avanzar en todos los frentes haciendo primero lo primero: rescatar las riquezas y usarlas en beneficio de los pueblos. La pregunta es para las masas y los pueblos que no deben ser confundidos ni tentados. Para derrotar a Chávez, Correa o Evo, las oligarquías y el imperio no darán a las masas lo que durante siglos le han negado.