martes, 20 de mayo de 2008

El otro Mayo francés

Jerónimo Carrera


En estos revueltos días de mayo, y seguramente con intencionalidad bien subversiva, en la prensa venezolana orientada por los monopolios han estado apareciendo muchos artículos laudatorios del ya consagrado mundialmente como Mayo Francés, o sea la revuelta estudiantil que se desató en París justamente en tal mes hace ahora cuarenta años. Digo que semejante conmemoración es intencional porque actualmente acá en Venezuela las fuerzas reaccionarias, teleguiadas desde Washington de modo evidente, pretenden utilizar al estudiantado como punta de lanza en sus desesperados intentos por recuperar sus viejos privilegios.

Quieren así aprovecharse de la tradicional propensión hacia unas naturales acciones de protesta que siempre han tenido, en todos los países de nuestro continente, las masas estudiantiles liceístas y universitarias. Baste con recordar, por lo que se refiere a nuestro país, los movimientos estudiantiles tan poderosos que en 1928, 1936, 1957 y sobre todo a lo largo de los años sesenta, generación tras generación, se enfrentaron valientemente a los guachimanes de turno, fuesen ellos militares o civiles pero todos al servicio de los intereses petroleros imperantes en Washington.

Por eso es bueno aclarar, para quienes lo ignoren, que ese ahora tan festejado Mayo Francés de 1968 no tuvo realmente un contenido que podamos calificar como revolucionario. Por el contrario, si nos atenemos a sus resultados, lo que finalmente produjo fue la vuelta al poder en Francia del sector político que allí entonces llamaban el partido americano, es decir, un agrupamiento de fuerzas políticas obedientes en extremo a los gobernantes de Estados Unidos. Lo cual ha sido una constante realidad en la política exterior francesa de estas últimas cuatro décadas, por desgracia hasta el día de hoy con el húngaro Nicolás Sarkozy, primer no-francés que gobierna en Francia desde los tiempos del corso Napoleón Bonaparte. Puede hoy afirmarse que ese movimiento estudiantil hirió de muerte a la política exterior con visos de independencia que practicaba el presidente general Charles de Gaulle (1890-1970). Su renuncia vino el año siguiente, tras de ser derrotado en un referéndum concerniente a su proyecto de reforma constitucional, y su propia muerte un año después. Los “gaullistas” que le sucedieron se entendieron de lo mejor con los socialistas y unos reencauchados radicales, instaurando la alternabilidad bipartidista tan grata al gran capital.

Es necesario también recordar que ese Mayo Francés formó parte en cierto modo de otro movimiento muy espectacular, iniciado en enero de aquel mismo año, como fue la llamada Primavera de Praga. La simultaneidad de los dos movimientos, uno en Francia y otro en Checoslovaquia, no debe pasar desapercibida para los historiadores, creo yo. Entre sus resultados más notables, y con grandes repercusiones internacionales, estuvo el debilitamiento de los respectivos partidos comunistas.

En todo caso, me parece que igualmente conviene recordar que diez años antes, en 1958, se había presentado en Francia otra crisis de grandes proporciones. Ese otro Mayo Francés, fue justamente lo que permitió al general de Gaulle tomar el poder, virtualmente mediante un golpe de Estado.

Las sucesivas derrotas militares sufridas por los colonialistas franceses en Indochina y en el norte de Africa, y más concretamente en Vietnam y Argelia, seguidas por el inmenso desastre que les acarreó una vergonzosa aventura en Egipto al tratar de impedir la nacionalización del Canal de Suez, hicieron inevitable en mayo de 1958 la caída de los gobernantes socialistas tipo Leon Blum, Ramadier y Guy Mollet.

Muchas y muy importantes lecciones se desprenden, para nosotros, de tales experiencias, pero hay una fundamental: sin la activa participación de la clase obrera nunca será posible un cambio revolucionario duradero.