miércoles, 28 de mayo de 2008

Lecturas posmodernas (I): El Neo Imperialismo

Jorge Gómez Barata


Como un reptil que muda la piel, de adentro hacía afuera, el imperialismo mundial transita de la etapa en que estuvo vigente el Estado / Nación a una fase en la que la globalización económica y tecnológica, la homogenización cultural y la instalación del pensamiento único, demanda la adaptación de las estructuras de dominación al papel, la fuerza y los roles, correspondiente a cada uno de los actores. Mediante ese proceso, no exento de contradicciones, en correspondencia con las actuales y futuras dimensiones del poder, se edifica un nuevo imperialismo.

La disolución de la Unión Soviética señaló el fin de una época. Con ella desapareció la única fuerza con capacidad económica y militar para, a escala global, confrontar el poderío de los Estados Unidos y la OTAN y con potencialidades para retar al capitalismo como sistema y a la ideología liberal como dominante.

La culpa de la dirección soviética, de Stalin a Chernenko, no sólo fue haber incurrido en errores que asombran por su enormidad, sino aplazar las rectificaciones o no haber sido consecuente con ellas, fenómenos que terminaron por instalar en aquella sociedad, en su liderazgo y en sus instituciones, un frustrante inmovilismo. Gorbachov no pudo lograr lo que se propuso porque los propios defectos estructurales del sistema se lo impidieron. De no haber existido los déficit de democracia en el partido, los cuerpos legislativos y el Estado y de haberse forjado una sociedad civil realmente protagónica, hubiera sido posible salvar a la URSS.

En el instante mismo en que se disolvieron el campo socialista y la Unión Soviética y se ilegalizó el PCUS, se inició para el mundo la Era Unipolar y comenzó la construcción de la hegemonía norteamericana que conduce, no a mutaciones más o menos intrascendentes, sino a la formación de un imperio que ejerce no un liderazgo global, sino una virtual dictadura.

Aunque lo disimulan bien, los rectores del mundo de hoy: Estados Unidos y sus aliados del G-7, las mega corporaciones transnacionales y los círculos científicos mundiales, disponen de los recursos científicos, informáticos y financieros necesarios para comprender la actual coyuntura mundial y prever su desarrollo. Se trata de elites, aunque reaccionarias, calificadas y dispuestas a confrontar y anular todas las alternativas, incluso a la socialdemocracia reformista, cosa que explica la derechización neoliberal que se abre paso en Estados Unidos y Europa.

No obstante, no se trata como ocurrió en la década del treinta con el eje fascista Berlín-Roma-Tokio, de una desafortunada coyuntura en la que un atajo de fanáticos se apodera del poder y, por medio de la guerra, contra todo cálculo, tratan de alcanzar un dominio mundial imposible. Los de hoy, aunque como aquellos, carecen de escrúpulos y no vacilarán en dinamitar obstáculos y arrojar lastre, saben lo que quieren y disfrutan de la ventaja de que no existen adversarios globales que puedan impedirles alcanzar sus objetivos.

En la agenda de esas fuerzas, que nadie debe imaginar como una alianza orgánica, sino como corrientes convergentes, los componentes políticos e ideológicos internos son mínimos. En ninguno de los países desarrollados ni a escala del sistema en su conjunto, existen fuerzas ni corrientes políticas que representen amenazas reales o que pongan en peligro la supervivencia del capitalismo como sistema social.

Aunque en determinados países y a escala del sistema en su conjunto, existen situaciones puntuales que representan amenazas reales, incluso para la especie humana, no caben dudas de que las elites gobernantes, en unas áreas y países más que en otros, cuentan con las capacidades y los recursos necesarios para administrar las eventualidades que puedan presentarse. Los que crean que el capitalismo desarrollado puede perecer por sus crisis internas, implotar o derrumbarse como ocurrió con la Unión Soviética , están errados.

Aunque el nuevo proyecto imperial es denunciado y confrontado por personas ilustradas, bien informadas y con vasta experiencia política, ninguno cuenta con los recursos y la capacidad de acceso necesarias para penetrar hasta las profundidades del sistema y dilucidar los entresijos de la presente etapa en la que, desaparecida la Unión Soviética , desvirtuada la vigencia de la lucha de clases y neutralizado el desafío doctrinario que fueron el marxismo y el comunismo, las elites de poder mundial se dedican a construir la hegemonía de Estados Unidos y sus aliados. Se trata de una especie de variante posmoderna de la “larga marcha” del nuevo imperio.

Lo que ahora está ocurriendo en ciertas áreas del Tercer Mundo, Irak por ejemplo, donde el imperio aplica la más primitiva de todas las recetas: la guerra y la ocupación, no forma parte del diseño del imperio postmoderno, sino que se trata de despachar ciertos asuntos pendientes y del aseguramiento de algunos recursos estratégicos, ahora tan importantes como irrelevantes en el futuro.

Tal comportamiento no necesariamente tendría que ser la regla. Quizás para asegurar el agua de la “triple frontera”, la floresta sudamericana, el uranio africano o la biodiversidad de los trópicos, no sea necesario acudir a procedimientos tan primitivos, sino que bastará con asegurar que estén en “buenas manos.”

El nuevo esquema de dominación que se construye requerirá de complejos ajustes en el sistema político mundial, para lo cual se necesita de un talento y una cohesión que no siempre ha existido y nadie puede garantizar que exista en el futuro. Según se ha dicho una elección de McCain sería como otorgar un tercer mandato a Bush, cosa que pone en peligro el propio proyecto imperialista.

El tema da para mucho más. Luego nos vemos.