sábado, 17 de mayo de 2008

La unidad integracionista del Sur

Américo Díaz Núñez

“Entonces el problema de la unidad, de la cohesión, debilitó en extremo al gobierno de UP. Por ejemplo, Altamirano (se refiere a Carlos Altamirano, secretario general del PS) hizo un discurso, unos días antes del golpe, en donde prácticamente decía que el PS estaba conspirando con la Marina de Guerra, y que la Marina de Guerra estaba en contra del Ejército y la Fuerza Aérea. Una locura esa”.
Ulises Estrada, luchador antiimperialista desde el Congo y Guinea hasta Bolivia y Chile, hablando del golpe contra Allende en 1973; revista “A Plena Voz”, Venezuela, No. 31.

Estamos viviendo horas estelares de la unidad latinoamericana hacia la integración política y el rescate de la soberanía nacional de nuestros países y de sus pueblos.

Tremendos desafíos, obstáculos y malas intenciones hemos tenido que vencer durante más de un siglo de luchas, no siempre exitosas, pero que están insertadas en la memoria colectiva de nuestras naciones.

El resultado de esas luchas es la conciencia de la antisumisión, que es una fuerza política poderosa, más poderosa que una flota de guerra en los mares que nos rodean, porque eso ya se comprobó en el pasado.

Esa es la única explicación razonable de la nueva rebelión de independencia que se extiende por encima de las intrigas mediáticas y los intentos de golpes de estado y de separatismo de las egoístas oligarquías sumisas y cómplices del imperio opresor.

Vivimos la era de la liberación nacional de nuestros pueblos, para lo cual es un imperativo la unidad integradora.

Nunca como ahora había existido tal fuerza continental por la liberación de la opresiva dependencia de un centro de poder asfixiante que se llama imperialismo y que se ha expresado en atraso, pobreza, desempleo, hambre, endeudamiento y depredación de las riquezas naturales de Nuestra América.

Que gobiernos de países del sur tan decisivos como Brasil, Argentina y Venezuela (y sus fuerzas sociales mayoritarias) estén alineados bajo la consigna de la unidad suramericana hacia la integración, es una proeza histórica trascendental, si echamos un simple vistazo a la actitud entreguista que la mayoría de los regímenes dictatoriales suramericanos mantuvieron hacia el imperio en un pasado reciente de oprobio.

Y a esto se suma la coincidencia política de otro importante grupo de países como Bolivia, Ecuador, Chile y Uruguay, al cual es muy posible que se acerque el nuevo gobierno del presidente electo Fernando Lugo en el Paraguay cuando se forme, en un abanico de fuerzas que, obviamente, no son homogéneas ni todas coinciden en aspectos de políticas internas.

Algunos de esos gobiernos están rescatando sus recursos y riquezas nacionales, así como sus espacios geográficos, en provecho de un desarrollo soberano de sus pueblos y de la justicia social siempre postergada. Pero otros tienen compromisos internos y externos de variada índole.

Vanguardia compartida
En la vanguardia compartida de este proceso liberador va Venezuela, con Hugo Chávez a la cabeza, como todo el mundo lo reconoce.

Y en Caribe están también empujando en la misma dirección Cuba, como siempre, y Nicaragua, con un amplio criterio integrador de Centroamérica toda.

El vigoroso liderazgo democrático y popular latinoamericano se incrementa cada vez más y esto debería ser para todos una clara señal de la nueva era de la que habla Rafael Correa.

Se trata de inéditas dificultades que enfrenta el imperialismo norteamericano ahora para imponer su antigua hegemonía en el continente, su menospreciado patio trasero de antaño. Por eso conspira hoy para dividir en pedazos a Bolivia y a Venezuela, tal como lo hizo en Europa con Yugoslavia, a contracorriente del proceso integrador.

Todo indica que la inmensa mayoría del continente suramericano, en una alianza de pueblos y gobiernos, avanza hacia la integración como fuerza internacional propia, quedando por fuera, por ahora, el gobierno de Colombia, aislado y con reticencia, por el soborno norteamericano y la complicidad de la oligarquía colombiana con la narco y la parapolítica que ahora se le atribuye con muchas pruebas judiciales. El del Perú, por su parte, pareciera ver el juego desde las tribunas.

Unidad en la diversidad
Se trata de un nuevo frente integracionista donde hay diferentes tratamientos gubernamentales a las libertades democráticas y a la visión del desarrollo nacional, entre otros, como consecuencia de las alianzas que integran algunos de sus gobiernos, pero no se puede anteponer esto último al objetivo superior de la integración, mucho menos cometer los errores sectarios y de visión a corto plazo que tan caros han costado a nuestros pueblos en el pasado reciente.

El sectarismo puede hundir este proceso, tal como cuenta Ulises Estrada de la trágica experiencia golpista en Chile de los años 70, que le tocó vivir de cerca, pues le facilitó a los confabulados derrocar y asesinar a Salvador Allende al descubrir el talón de Aquiles de la Unidad Popular chilena: la división de las fuerzas progresistas que no comprendieron qué era lo más importante y urgente en su momento crucial.

Este es el momento crucial de la unidad latinoamericana por la integración. Ella no resuelve automáticamente las diferencias señaladas con justicia por quienes se quejan de las inconsecuencias de algunos de sus presidentes o presidentas en materia de ejercicio de la democracia, pero no deja de ser un paso adelante hacia la liberación del continente del dominio político y económico de los Estados Unidos, obligado ahora a sacar de nuevo el garrote de la IV Flota a relucir en aguas latinoamericanas para intimidarnos, en vez de la falsa zanahoria de los TLC con la que quería embelezarnos.

Por supuesto que estamos en contra de la represión a las fuerzas progresistas y a los sectores sociales que protestan medidas injustas en algunos países del Con Sur y otras partes, que es otra lucha que debemos asumir, pero sin perder de vista lo global por lo particular.

Si por condenar, por ejemplo, a una presidenta porque su policía reprime a los estudiantes, o no ha sido consecuente en otros aspectos de políticas internas o internacionales de su gobierno, según sus críticos, vamos a dejar de lado que ella revindica a Salvador Allende en materia de integración latinoamericana y valiente condena al atropello a la soberanía nacional de Ecuador por parte del confeso autor del genocidio de Sucumbíos, estaríamos cometiendo un gran error estratégico frente a hechos que no dejan de ser importantes y seguramente condenables, pero que están en otro orden dentro de la visión general de los problemas continentales.

No es unidad para conciliar
La integración latinoamericana tendrá que ser, quiérase o no, antiimperialista por su propia naturaleza al defender los intereses de los pueblos y no de pequeños grupos oligarcas, aliados del imperio, que quieren otro tipo de unidad excluyente.

La correlación de fuerzas sociales y políticas, sin embargo, no es pareja, como debería, en los países comprometidos en este proceso integrador. Particularmente en algunas naciones del Cono Sur, las alianzas políticas gobernantes incluyen fuerzas comprometidas con el pasado represivo. Y su democracia, nos dicen, es capitalista y algo más, neoliberal, porque se apoya en economías de mercado.

Son hechos discutibles de la realidad geopolítica y social de la región. Sin embargo, por encima de las diferencias que pudieran haber, deben estar los supremos intereses de los pueblos en materia de liberación nacional y unidad continental de nuestra América.

Por eso, unidad y lucha frente a los aliados de este amplio frente integracionista ha de ser la consigna del momento para que no se frustre por nuestros propios errores sectarios o inmediatistas la esperada unidad latinoamericana, que tendrá su primera victoria en Suramérica, y sin la cual no será posible afrontar las nuevas amenazas militares del imperio, cuyas uñas nucleares se exhiben ahora por los mares que nos circundan.

Pero esa será otra lucha por librar. Y donde se requerirá mucha sabiduría y unidad.