martes, 21 de octubre de 2008

Los colores de la política (III)

Jorge Gómez Barata


La llegada de Barack Obama a la presidencia de los Estados Unidos relanzará el tema racial, redefiniendo acentos y prioridades. Con un presidente negro frente a la Europa xenófoba y a las oligarquías que en América Latina practican la exclusión de los pueblos originarios, Norteamérica pasará del fondo a la vanguardia y los racistas serán los otros. El aparato propagandístico del imperio no dejará de obtener dividendos ideológicos.

En las nuevas circunstancias, se harán evidentes las confusiones que llevaron a establecer analogías, incluso a colocar signos de igualdad entre el racismo practicado contra los negros y la discriminación que afecta a los hispanos en Estados Unidos. Lo cierto es que, aunque existe un fondo inhumano común, se trata de fenómenos histórica y conceptualmente diferentes.

A diferencia de lo ocurrido en Hispanoamérica donde los españoles chocaron con las civilizaciones aztecas, incas, mayas que formaban imperios, gobernados desde urbes en cuyos templos y palacios relucían el oro y la plata; en Norteamérica los colonos toparon con los “pieles rojas”, tribus predominantemente nómadas, cazadoras y recolectores a las que no era posible hacer trabajar en minas, plantaciones o haciendas.

Los colonos norteamericanos no esclavizaron a los pieles rojas aunque tampoco intentaron integrarlos a su sociedad, enseñarles su lengua ni convertirlos a su fe. En lugar de una opción de convivencia con los aborígenes, los colonos optaron por el exterminio y la exclusión. El presidente Andrew Jackson coronó tales políticas con la “marcha de las lágrimas”. Los indígenas fueron condenados a vivir en reservaciones que existen todavía.

El status de los negros norteamericanos fue común con la esclavitud en Iberoamerica en lo que se refiere a la trata y el comercio de esclavos, al látigo y al cepo, pero diferente en cuanto a la integración. Mientras en las antillas y Brasil se formaron sociedades mestizas y aunque con enormes dificultades los esclavos liberados y sus descendientes se integraron a las sociedades emergentes, en Estados Unidos se mantuvo la segregación, hasta los años sesenta del siglo XX.

Los líderes políticos del movimiento negro norteamericano y las figuras de color que descollaban en los campos de la cultura, el deporte, la ciencia y otras esferas, optaron por reivindicar su condición de norteamericanos y asumieron la resistencia como método de lucha y tratando de probar que eran tan capaces y tan patriotas como los blancos, consiguieron varias Enmiendas a la Constitución, pusieron fin a la segregación y ahora están a un paso de llegar a la Casa Blanca.

Con la parte más difícil del trabajo realizado, Barack Obama, pudiera avanzar en la elaboración de políticas coherentes y eficaces respecto a los hispanos, comenzando por regularizar las situaciones de las masas de indocumentados y la supresión de la discriminación y la explotación amparadas en el clima de ilegalidades vigente.

Los problemas asociados con la discriminación de los hispanos blancos, no se deriva como en el caso de los aborígenes de la exclusión ni como en el de los negros de la esclavización, sino que tienen un origen nacional asociado a la asimilación de los enormes territorios arrebatados a México en los cuales, además de riquezas había también personas.

La situación de los braceros mexicanos y centroamericanos en Estados Unidos, más que a la exclusión aborigen y la discriminación del negro, recuerda los métodos de explotación propios del capitalismo salvaje a cuya entraña inhumana y perversas se añaden las ilegalidades de los patronos que abusan de la vulnerabilidad y la precariedad creadas por el modo en que muchos de estos trabajadores ingresan a los Estados Unidos.

Por tratarse de procesos más recientes, influidos por el nacionalismo característico de ciertos estadios civilizatorios, por el subdesarrollo que afecta a sus países de origen y por su condición de pobres, a los hispanos procedentes de más de veinte países, todavía no se les permite fácilmente la integración plena a la sociedad norteamericana.

Del mismo modo que al ser norteamericanos los negros norteamericanos dejaron de sentirse africanos, para ser norteamericanos, en el caso de aquellos que quieren serlo, los hispanos habrán de dejar de ser eso: hispanos. A la larga, la identidad es un precio.