miércoles, 21 de enero de 2009

Linda ceremonia

Santiago O'Donnell


Fue la ceremonia de traspaso de poder más vista en la historia de la civilización. Como tal fue pensada y por eso la sobrecarga de simbolismo. Tuvo como máximo referente a Abraham Lincoln, el héroe republicano de la guerra civil, el hombre blanco que más hizo por la igualdad de las razas en Estados Unidos. Tuvo la bendición del pastor Rick Warren, un viejo luchador del movimiento por los derechos civiles de los años sesenta, uno de los negros vivos que más hicieron para unir a las razas en Estados Unidos. Y contó con la esforzada presencia del gran Muhammad Alí, el mejor atleta de todos los tiempos, uno de los hombres que más hicieron por la dignidad y los derechos de los negros en Estados Unidos y el mundo.

Esa es la impronta simbólica que Obama eligió darle al inicio de su presidencia, la de la unidad entre los blancos y los negros en primer lugar, para cerrar las heridas de la esclavitud, los linchamientos, las iglesias quemadas y las leyes Jim Crow.

Por eso empezó y terminó su discurso hablando de relaciones raciales. Arrancó invocando los “sacrificios” de sus antepasados y la “sangre” que dieron para alcanzar la “extensión de los derechos constitucionales”, o sea el fin de la esclavitud. Cerró recordando que hace 60 años los clientes negros eran rechazados en muchos restaurantes y ahora negros y blancos se mezclaban en el parque central de Washington para asistir a su asunción.

Así, Obama habló de unidad racial, no ya como meta o tarea pendiente, sino como punto de partida de un consenso más amplio, basado en la igualdad de oportunidades y en el respeto por el otro. El llamado a la unidad que simbolizó la ceremonia incluyó a los adversarios políticos, representados en la figura de Bush, a quien Obama trató con deferencia. También se extendió al mundo entero que miraba por televisión. Significativamente, en su discurso Obama sólo se dirigió a dos actores internacionales, ninguno de ellos aliados naturales de Estados Unidos. Al mundo musulmán le prometió un nuevo camino de paz. A los países pobres les prometió no ser indiferente.

La puesta en escena se completó con la ubicua presencia de Dianne Feinstein. La veterana senadora por California ofició de maestra de ceremonias en la explanada del Capitolio. Anunciaba lo que iba a pasar, presentaba a los números musicales, señalaba a las distintas personalidades que iban ocupando el escenario y las tribunas, llamaba a cantar el himno cuando era el momento. Feinstein representa el ala liberal y feminista del Partido Demócrata, y también es una fuerte aliada del lobby israelí. A través de ese capital simbólico, Obama buscó equilibrar el protagonismo de Bush en la ceremonia y mandar un guiño a su aliado en Medio Oriente.

Pero claro, así como es difícil conciliar intereses enfrentados en distintas partes del mundo, también lo es a nivel local. El mandato de cambio profundo que recibió el nuevo presidente tensiona la alianza policlasista y multisectorial que él propone. Esa tensión quedó en evidencia en el primer tramo del discurso inaugural, dedicado a la economía. Obama dijo que va a recompensar a los hacedores, a los creadores y a los tomadores de riesgo. Pero se reservó el derecho a agrandar el estado y anunció que habrá que tomar decisiones duras.

Los intereses que tocarán, o no, esas duras decisiones terminarán por definir las características de su alianza gobernante. Eso se verá con el tiempo. Lo que ayer hizo Obama es marcar un punto de partida y establecer las reglas básicas que regirán su presidencia.

En ese sentido, antes que líder y aún antes que ciudadano, se definió a sí mismo como un representante del pueblo. Para hacerlo usó las primeras tres palabras de la Constitución estadounidense, “We the People” (Nosotros la Gente): “Estados Unidos no prosperó simplemente por la habilidad y visión de aquellos en altos cargos. Prosperó porque Nosotros la Gente permanecimos fieles a nuestros antepasados y nuestros documentos fundantes”.

Desde ese lugar prometió que el respeto por los derechos humanos estará por encima de la lucha antiterrorista, admitiendo implícitamente que ese no fue el caso durante la presidencia de George W. Bush.

Mientras partía el helicóptero que alejaba a Bush de la Casa Blanca, dando fin a la ceremonia, el analista de la CNN en español se babeaba. “Fue una jornada impecable. En muy pocos lugares del mundo se puede presenciar un traspaso de poder voluntario, sin enfrentamientos,” dijo entusiasta desde un rincón de la pantalla, haciendo gala de un impecable castellano con acento centroamericano. “Esto demuestra que el nuestro es un gran país (Estados Unidos)”, se congratuló.

Pero mientras el analista apilaba elogios para la democracia norteamericana, millones de televidentes dispersos por el mundo se imaginaban, en un final hollywoodense, al helicóptero de Bush explotando en mil pedazos.

Lindo desastre le dejó a Obama. Linda ceremonia.