domingo, 17 de mayo de 2009

Un día histórico para Iraq

Robert Fisk
The Independent

Traducido para Rebelión por Andrés Prado


Ciento setenta y nueve soldados muertos. ¿Para qué? ¿Ciento setenta y nueve mil iraquíes muertos? ¿O la cifra exacta es más cercana al millón? No lo sabemos. Y no nos importa. Los iraquíes nunca nos han importado. Esa es la razón de que no sepamos la cifra. Y la razón de que ayer dejaramos Basora.

Recuerdo haber ido a la famosa base aérea de Basora a preguntar cómo un pobre chico iraquí, llamado Bahr Moussa, que trabajaba de recepcionista en un hotel, había muerto. Le patearon hasta morir mientras estaba bajo custodia militar británica. Su padre era policía iraquí. Hablé con él en compañía de una joven musulmana. El encargado británico de las relaciones públicas en el aeropuerto se reía. “No me lo puedo creer” dijo mi acompañante musulmana. “No le importa nada”. A ella sí. A mi también. He estado de corresponsal en Irlanda del Norte. Ya había oído antes esa risa. Lo que hace que la marcha de ayer debiera haberse llamado el Día de Bahr Moussa. Ayer su país fue liberado de su asesino. Por fín.

La Historia es una Encargada de Producción muy dura. Tengo en mi biblioteca una copia original del discurso que hizo el general Angus Maude al pueblo de Bagdad- me costó 2000 dólares en una subasta telefónica días antes de que invadiéramos Iraq en 2003, pero vale cada céntimo que pagué. “Nuestras operaciones militares tienen como objetivo” anunció Maude, “la derrota del enemigo... nuestros ejércitos no vienen a vuestras ciudades y tierras como conquistadores o enemigos sino como libertadores.” Y así más. Debería añadir que Maude murió de cólera poco después porque no quiso hervir su leche en Bagdad.

Y como continuación de lo anterior una historia que nos suena: la fuerza de ocupación británica fue rechazada por la resistencia iraquí- por supuesto “terroristas”- y los británicos destruyeron una ciudad llamada Faluya y exigieron la rendición de un clérigo chiíta, y la inteligencia británica en Bagdad afirmó que había “terroristas” cruzando la frontera de Siria. Y Lloyd George (el Blair-Brown de su época) se levantó entonces en la Cámara de los Comunes y dijo que la “anarquía” se extendería en Iraq si las tropas británicas se marchasen. Madre mía.

Incluso repetir estas palabras es tremendamente embarazoso. Lo que sigue, por ejemplo, es una carta de Nijris ibn Ou´ud a un agente de la inteligencia británica en 1920: “No podéis tratarnos como ovejas... somos nosotros, los iraquíes, los que constituímos el núcleo de la nación árabe... Os damos un tiempo breve para abandonar Mesopotamia. Si no os marcháis, os sacaremos nosotros.”

Así que volvamos la vista al fín hacia T. E. Lawrence. Sí, Lawrence de Arabia. En el Sunday Times del 22 de agosto de 1920, escribió de Iraq que el pueblo de Inglaterra había “sido llevado a una trampa en Mesopotamia de la cual será dificil escapar con honor y dignidad. Han sido engañados a través de un constante control sobre la información... Las cosas han sido mucho peor de lo que nos han contado, nuestra administración, más sangrienta e ineficiente de lo que el público conoce.” Y aún más clarividentemente, Lawrence escribió que los iraquíes no habían arriesgado sus vidas para convertirse en súbditos británicos. “Si están preparados para la independencia o no, está todavía por ver. El mérito no es una justificación para la libertad.”

Desgraciadamente no. Iraq, mendigando por Europa, ahora que su riqueza petrolera se ha acabado, supone una imagen penosa. Pero es un poco más libre de lo que era. Hemos destruido a su amo y amigo nuestro (un tal Saddam) y ahora, con nuestros propios muertos chocando sonoramente bajo nuestros talones, nos vamos yendo todavía una vez más. Hasta que llegue la próxima vez...